jueves, 16 de junio de 2011

Moral y moralidad

La palabra moral se usa a veces como sustantivo ("la moral" con minúscula y artículo determinado), para referirse a un conjunto de principios, preceptos, mandatos, prohibiciones, permisos, patrones de conducta, valores e ideales de vida buena que en su conjunto confirman un sistema más o menos coherente, propio de una sociedad en un contexto histórico determinado. En este uso del término, la moral refleja una determinada forma de vida. Tal modo de vida no suele coincidir totalmente con las convicciones y hábitos de todos y cada uno de los miembros de la sociedad tomados aisladamente. La moral es un determinado modelo ideal de buena conducta social-mente establecido.
 También el término "moral" puede ser usado para hacer referencia al código de conducta personal de alguien, como cuando decimos que "fulano posee una moral muy estricta" o que "mengano carece de moral"; hablamos entonces del código moral que guía los actos de una persona concreta a lo largo de su vida; se trata de un conjunto de convicciones y pautas de conducta que sirven de base para los juicios morales que cada cual hace sobre los demás y sobre sí mismo. Tales contenidos morales concretos, personalmente asumidos, son una síntesis de dos elementos: el patrimonio moral del grupo al que uno pertenece, y la propia elaboración personal sobre la base de lo que uno ha heredado del grupo; tal elaboración personal está condicionada por circunstancias diversas, tales como la edad, las condiciones socio económicas, la biografía familiar, el temperamento, la habilidad para razonar correctamente, etc. Aunque lo típico es que la mayor parte de los contenidos morales del código moral personal coincida con los del código moral social, no es forzoso que sea así.
A menudo se usa también el término "Moral" como sustantivo, pero esta vez con mayúscula, para referirse a una ciencia que "trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia". Ahora bien, esta supuesta "ciencia del bien en general", en rigor no existe. Lo que existe es una variedad de doctrinas morales ("moral católica", "moral protestante", "moral comunista", "moral anarquista", etc.) y una disciplina filosófica, la Filosofía moral o Ética, que a su vez contiene una variedad de teorías éticas diferentes e incluso contrapuestas entre sí ("ética socrática", "ética aristotélica", "ética kantiana", etc.). En todo caso, tanto las doctrinas morales como las teorías éticas serían modos de expresar lo que Aranguren llama "moral pensada", frente a los códigos morales personales y sociales realmente asumidos por las personas, que constituirían la "moral vivida".
 Las doctrinas morales suelen construirse mediante la conjunción de elementos tomados de distintas fuentes, las más significativas son: Las tradiciones ancestrales acerca de lo que está bien y de lo que está mal, transmitidas de generación en generación. Las confesiones religiosas, con su correspondiente conjunto de creencias y las interpretaciones dadas por los dirigentes religiosos a dichas creencias. Las teorías filosóficas.
Existe un uso muy hispánico

Clasificación aristotélica de los saberes

Aristóteles clasificó los saberes en: teóricos (theorein: contemplar, ver); poiéticos (poiein: hacer, fabricar, producir) y prácticos (praxis: quehacer, tarea, negocio).
 Los teóricos se ocupan de averiguar qué son las cosas, qué ocurre en el mundo y cuáles son las causas objetivas de los acontecimientos. Son saberes descriptivos: nos muestran lo que hay, lo que es, lo que sucede. Las distintas ciencias de la naturaleza (Química, Física, Biología, Astronomía, etc.) son saberes teóricos en medida en que lo buscan es, sencillamente, mostrarnos cómo es el mundo. Aristóteles decía que los saberes teóricos versan sobre "lo que no puede ser de otra manera", es decir, lo que es así porque así lo encontramos en el mundo, no porque lo haya dispuesto nuestra voluntad: el sol calienta, los animales respiran, el agua se evapora, las plantas crecen... todo eso es así y no lo podemos cambiar a capricho nuestro. Podemos tratar de impedir que una cosa concreta sea calentada por el sol utilizando para ello cualesquiera medios que tengamos a nuestro alcance, pero que el sol caliente o no, no depende de nuestra voluntad. Solo podemos observar y descubrir. 
En cambio, los saberes poiéticos y prácticos versan, según Aristóteles, sobre "lo que puede ser de otra manera", es decir, sobre lo que podemos controlar a voluntad. 
Los saberes poiéticos son aquellos que nos sirven de guía para la elaboración de algún producto, de alguna obra, ya sea algún artefacto útil (como una rueda o tejer una manta) o simplemente un objeto bello (como una escultura, una pintura o un poema). Las técnicas y las artes son saberes de este tipo, al igual que lo que hoy llamamos "tecnologías". Los saberes poiéticos, a diferencia de los saberes teóricos, no describen lo que hay, sino que tratan de establecer normas, orientaciones sobre cómo se debe actuar para conseguir el fin deseado. Los saberes poiéticos son normativos, pero no pretenden servir de referencia para toda nuestra vida, sino únicamente para la obtención de ciertos resultados que se supone que buscamos.
En cambio, los saberes prácticos, que también son normativos, son aquellos que tratan de orientarnos sobre qué debemos de hacer para conducir nuestra vida de un mundo bueno y justo, cómo debemos actuar, qué decisión es la más correcta en cada caso concreto. Tratan sobre lo que debería ser, sobre lo que sería bueno que sucediera. 
Los saberes prácticos no abarcan solamente a la ética (orienta la toma de decisiones prudentes que nos conduzcan a conseguir una vida buena; busca la reflexión personal y racional sobre la moral; ilumina las acciones humanas, valida y fundamenta los diferentes códigos morales que aprendemos por las instituciones) sino  también la Economía ( saber práctico encargado de la buena administración de los bienes de la casa y de la ciudad), y la Política (saber práctico que tiene por objeto el buen gobierno de la polis).

Fuente: Ética de Adela Cortina, Emilio Martínez. Edit. Akal. Madrid, España 2008. Págs. 10-12