jueves, 28 de abril de 2011

Ética a Nicómaco

Aristóteles:
Dentro de la llamada filosofía clásica griega emergen claramente dos figuras de importancia frente a los demás: Platón y Aristóteles.
Arist+oteles nació en el año 384 antes de Cristo y murió en el 322.
Sus obras abarcan los ámbitos más dispares: desde la metafísica, la lógica, la biología, poesía hasta la política. Entre sus obras de ética destacamos indiscutiblemente la ética a Nicómaco. 
La filosofía moral de Aristóteles es, contrariamente a la de Kant, teológica. Quiere esto decir que lo que de verdad interesa a Aristóteles es la finalidad de la acción moral
Según él, el fin del hombre no es otro que la felicidad; la moral debe encontrar los medios para conseguir dicho fin.
El concepto de virtud lo comprende Aristóteles como el justo medio entre dos extremos: se trata de la teoría de mesotes.


ÉTICA A NICÓMACO:
De la naturaleza de la virtud:
Es preciso no contentarse con decir, como hemos dicho hasta ahora, que la virtud es un hábito o manera de ser, sino preciso decir también en forma específica cuál es esta manera de ser. 
Comencemos por sentar que toda virtud es respecto a la cosa sobre la que recae, lo que completa la buena disposición de la misma y le asegura la ejecución perfecta de la obra, que es la propia. Así, por ejemplo, la virtud del ojo hace que el ojo sea bueno y que realice como debe su función; porque gracias a la virtud del ojo se ve bien. La misma observación, si se quiere, tiene lugar con la virtud del caballo: ella es la que le hace buen caballo, a propósito para la carrera, para conducir al jinete y para sostener el choque de los enemigos. Si sucede así en todas las cosas, la virtud en el hombre será esta manera de ser moral que hace de él un hombre bueno, un hombre de bien y gracias a la cual sabrá realizar la obra que le es propia. 
Ya hemos dicho como el hombre puede conseguir esto, pero nuestro pensamiento se hará más evidente cuando hayamos visto cuál es la verdadera naturaleza de la virtud. En toda cantidad continua y divisible pueden distinguirse tres casos: primero el más, después el menos y, en fin, lo igual. Estas distinciones pueden hacerse con relación con el objeto mismo o con nosotros. Lo igual es una especie de término intermedio entre el exceso y el defecto, entre lo más y lo menos. El medio, cuando se trata de una cosa, es el punto que se encuentra a igual distancia de las dos extremidades, el cual es uno y el mismo en todos los casos. Pero cuando se trata del hombre, cuando se trata de nosotros, el medio es lo que no peca, ni por exceso, ni por defecto, y esta medida igual está muy distante de ser la misma para todos los hombres
Veamos un ejemplo: suponiendo que el número diez represente una cantidad grande, y el número dos una pequeña, el seis será el termino medio con relación a la cosa que se mide, porque seis excede al dos en una suma igual a la que excede al número diez. Este es el verdadero medio según la proporción que demuestra la aritmética, es decir, el número. Pero no es este, ciertamente, el camino que debe tomarse para buscar el medio, tratándose de nosotros. En efecto, porque para tal hombre diez libras de alimento son demasiado y dos libras muy poco, no es razón para que un medico prescriba a todo el mundo seis libras, para el que haya de tomarlas puede ser una alimentación enorme como puede serlo insuficiente.
Para Milón es demasiado poco, por el contrario, es mucho para el que empieza a trabajar en la gimnástica. Lo que aquí se dice de alimentos, puede decirse igualmente de las fatigas de la carrera y de una lucha. Y así, todo hombre instruido y racional se esforzará en evitar los excesos de todo género, sean en más, sean en menos; solo debe buscar el justo medio y preferirle a los extremos. Pero aquel no es simplemente el medio de la cosa misma, es el medio con relación a nosotros. 
Gracias a esta prudente moderación, toda ciencia llena perfectamente su objeto propio, no perdiendo jamás de vista este medio y reduciendo todas sus obras a este punto único. He aquí porque se dice muchas veces cuando se habla de las obras bien hechas y se las quiere alabar que nada se les puede añadir ni quitar; como dando a entender que, así como el exceso y el defecto, a la perfección solo el justo medio puede asegurarla. Este es el fin, lo repetimos, a que se dirigen siempre los esfuerzos de los buenos artistas en sus obras; y la virtud, que es mil veces más precisa y mil veces mejor que ningún arte, se fija constantemente como la naturaleza misma en este medio perfecto.
Hablo aquí de la virtud moral, porque ella es la que concierne a las pasiones y a los actos del hombre, y en nuestros actos y en nuestras pasiones es donde se dan, ya el exceso, ya el defecto, ya el justo medio. Así, por ejemplo, en los sentimientos de miedo y de audacia, de deseo y de aversión, de cólera y de compasión; en una palabra, en los sentimientos de placer y dolor se dan el más y el menos. Ninguno de estos sentimientos opuestos son buenos. Pero para ponerlos a prueba conviene, según las circunstancias, las cosas, las personas, la causa y saber conservar en ellas la verdadera medida, este es el medio, esta es la perfección que solo se encuentra en la virtud.
Con los actos sucede absolutamente lo mismo que con las pasiones: pueden pecar por exceso o por defecto, o encontrar un justo medio. Ahora bien, la virtud se manifiesta en las pasiones y en los actos y para estos el exceso en más o en menos de una falta es igualmente reprensible. El medio únicamente es digno de alabanza porque él solo es la exacta y debida medida  y estas dos condiciones constituyen el privilegio de la virtud. Y así la virtud es una especie de medio puesto que es el fin que ella busca sin cesar. 
Además puede uno conducirse mal de mil maneras diferentes; porque el mal pertenece a lo infinito como oportunamente lo han representado los pitagóricos; pero el bien pertenece a lo finito, puesto que no puede uno conducirse bien sino de una sola manera. He aquí como el mal es tan fácil y el bien, por lo contrario, tan difícil, porque, en efecto, es fácil no lograr una cosa y difícil conseguirla. He aquí también por qué el efecto y el exceso pertenecen juntos al vicio, mientras que solo el medio pertenece a la virtud.
Es uno bueno por un solo camino, malo por mil.
Por lo tanto, la virtud es un habito, una cualidad que depende de una voluntad, consistiendo en este medio que hace relación a nosotros y que está regulado por la razón en la forma que lo regularía el hombre verdaderamente sabio.La virtud es un medio entre dos vicios que pecan, uno por exceso, otro por defecto; y como los vicios consisten en que los unos traspasan la medida que es preciso guardar, y los otros permanecen por bajo de esta medida.Ya respecto de nuestras acciones, ya respecto de nuestros sentimientos la virtud consiste, por el contrario, en encontrar el medio para los unos y para los otros, y mantenerse en él a la preferencia. 
He aquí por qué la virtud, tomada en su esencia y desde el punto de vista de la definición que expresa lo que ella es, debe mirarsela como un medio. Pero con relación a la perfección y al bien, la virtud es un extremo, una cúspide
Por lo demás, es preciso decir que ni todas las acciones, ni todas las pasiones son indistintamente susceptibles de este medio. Hay tal acción, tal pasión que con solo pronunciar su nombre aparece la idea de mal y de vicio. Como, por ejemplo, la malevolencia o tendencia a regocijarse del mal de otro, la imprudencia, la envidia, y en punto de acciones, el adulterio, el robo, el asesinato porque todas estas cosas y las parecidas a ellas son declaradas malas y criminales únicamente a causa del carácter horrible que ofrecen y no por su exceso ni por su defecto. Respecto a estas cosas, por tanto, nunca hay medio de obrar bien: solo es posible la falta. En los casos de este género indignar lo que es bien y lo que no es bien, es cosa inconcebible, como por ejemplo, en el adulterio, averiguar si ha sido cometido con tal mujer, en tales circunstancias, de tal manera porque hacer cualquier de estas cosas es cometer un crimen. Es como si uno imaginara que en la iniquidad, en la cobardía, en la embriaguez, podía haber un medio, un exceso y un defecto.


Libro I Cap IV: EL BIEN QUE CADA GÉNERO DE COSAS ES EL FIN EN VISTA DEL CUAL SE HACE TODO LO DEMÁS:


Volvamos otra vez a tratar el bien que buscamos, y veamos lo que puede ser.
Por lo pronto, el bien parece muy diferente, según los diferentes géneros de actividad y según las diferentes artes. Así es uno en la medicina, otro en la estrategia; y lo mismo sucede en todas las artes sin distinción. ¿Y qué es el bien en cada una de ellas? ¿No es la cosa en cuya vista se hace todo lo demás? En la medicina, por ejemplo, es la salud; en la estrategia es la victoria; como es la casa en el arte de la arquitectura y como es cualquier otro objeto en cualquier otra arte. Pero en toda acción, en toda determinación moral, el bien es el fin mismo que se busca y siempre, en vista de este fin, se hace constantemente todo lo demás. Es, por tanto, una consecuencia evidente que, si para todo lo que el hombre puede hacer en general, existe un fin común al cual entienden todos sus actos, este fin único es el bien, tal como el hombre puede practicarlo; y si hay muchos fines de este género, ellos son entonces los que constituyen el bien.
Después de este largo rodeo, la discusión a venido a parar a nuestro punto de partida; pero no es forzoso ilustrar más aún esta materia.
Como, a lo que parece, hay muchos fines y podemos buscar algunos en vista de otros: por ejemplo, la riqueza, la música, el arte de la flauta y, en general, todos estos fines que pueden llamarse instrumentos, es evidente que todos estos fines indistintamente no son perfectos y definitivos por sí mismos. Pero el bien supremo debe ser una cosa perfecta y definitiva. Por consiguiente, si existe una sola y única cosa que sea definitiva y perfecta precisamente es el bien que buscamos; y si hay muchas cosas de este género, la más definitiva entre ellas será el bien. Mas, en nuestro concepto, el bien, que debe buscarse sólo por sí mismo es más definitivo que el que se busca en vista de otro bien, y el que no debe buscarse nunca en vista de otro bien es más definitivo que estos bienes que buscan a la vez por sí mismos y a causa de este bien superior. En una palabra, lo perfecto, lo definitivo, lo completo es lo que es eternamente apetecible en sí y que no lo es jamás en vista de un objeto distinto que él. He aquí precisamente el carácter que parece tener la felicidad; la buscamos siempre por ella y sólo por ella y nunca con la mira de otra cosa. Por lo contrario, cuando buscamos los honores, el placer, la ciencia, la virtud bajo cualquier forma que sea, deseamos sin duda, todas estas ventajas por sí mismas; puesto que independientemente de toda otra consecuencia desearíamos realmente cada una de ellas. Sin embargo nosotros las deseamos también con la mira  de la felicidad, porque creemos que todas estas diversas ventajas nos la pueden asegurar; mientras que nadie puede desear la felicidad, ni con la mira de estas ventajas ni de una manera general en vista de algo, sea lo que sea, distinto de la felicidad misma.
Por lo demás esta conclusión a la que acabamos de llegar parece proceder igualmente de la idea de independencia que atribuimos al bien perfecto, al bien supremo. Evidentemente le creemos independiente de todo. 
Y cuando hablamos de independencia, no nos limitamos en manera alguna al hombre que pasa una vida solitaria, porque no pertenece menos al que vive para sus padres, para sus hijos, para su mujer, y, en general para sus amigos y sus conciudadanos, puesto que el hombre es naturalmente sociable y político. Sin duda en esto debe procederse  con cierta mesura, porque si estas relaciones se extendiesen a los padres primero, después a los descendientes de todos grados y, por último a los amigos de los amigos, sería llevar las cosas al infinito. Pero ya examinaremos otra vez las cuestiones. Por el momento, entendemos por independencia aquello que, considerado aisladamente, basta para hacer la vida aceptable, sin que tenga necesidad de ninguna otra cosa; y esto es, precisamente lo que en nuestra opinión constituye la felicidad. 
Digamos, además, que la felicidad para ser la cosa más digna de nuestro deseo, no tiene necesidad de sumarse con ninguna otra. Si se añadiese una cosa cualquiera, es claro que bastaría la adición más pequeña de  bienes para hacerla más deseable aún. Porque, en todo caso lo que se añade forma una suma de bienes superior e incomparable, puesto que un bien más grande es siempre más deseable que un bien menor. Por consiguiente, la felicidad es ciertamente una cosa definitiva, perfecta y que se basta a sí misma, puesto que es el fin de todos los actos posibles del hombre.
Pero quizá, aun conviniendo con nosotros en que la felicidad es, sin contradicción, el mayor de los bienes, el supremo, habrá quien desee conocer mejor su naturaleza. El medio más seguro de alcanzar esta completa noción es saber cuál es la propia del hombre. Así como para el músico, para el estuario, para todo artista y, en general, para todos los que producen alguna obra y funcionan de una manera cualquiera, y el bien y la perfección están, al parecer, en la obra especial que realizan; en igual forma, el hombre debe encontrar el bien en su propia si es que hay una obra especial que el hombre debe realizar. Y si el albañil, el zapatero, etc., tienen una obra especial y actos propios que ejecutar, ¿será posible que el hombre sólo no los tenga? ¿Está condenado por la naturaleza a la inacción? O, más bien, así como el ojo, la mano, el pie y, en general, toda parte del cuerpo cree que el hombre, independientemente de todas estas diversas funciones, tiene una que le asea propia. ¿Pero cuál puede ser esta función característica? Vivir es una función común al hombre o a las plantas, y aquí sólo busca lo que es exclusivamente especial al hombre; siendo preciso, por tanto, poner aparte la vida de nutrición y de desenvolvimiento. En seguida viene la vida de la sensibilidad; pero esta a su vez se muestra igualmente en otros seres, el caballo, el buey y, en general, en todo animal, lo mismo que el hombre. Resta, pues, la vida activa de ser dotado de razón. Pero en este ser debe distinguirse la parte que no hace más que obedecer a la razón, y la parte que posee directamente la razón y se sirve de ella para pensar. Además, como esta misma facultad de la razón puede comprenderse en un doble sentido, es preciso fijarse en que de lo que  se trata, sobre todo, es de la facultad en acción, la cual merece más particularmente el nombre que llevan ambas. Y así, lo propio del hombre será el acto del alma conforme a la razón o, por lo menos, el acto del alma que no puede realizarse sin la razón. Por otra parte, cuando decimos que tal función es genéricamente la de tal ser, entendemos  que es también, la función del mismo ser completamente desarrollado, así como la obra del músico se confunde igualmente con la obra del buen músico. De igual modo en todos los casos, sin excepción, se añade siempre a la idea simple de la obra la idea de perfección suprema que esta obra puede alcanzar. Por ejemplo si la obra del músico consiste en componer música, la obra del buen músico consistirá en componer música pero buena. Si todo esto es exacto, podemos admitir que la obra propia del hombre en general es una vida de cierto género, y que esta vida particular es la actividad del alma y una continuidad de acciones a que se acompaña la razón y podemos admitir que en el hombre bien desarrollado todas estas funciones se realizan bien y regularmente. Pero el bien, la perfección para cada cosa, varía según la virtud especial de esta cosa. Por consiguiente, el bien propio del hombre es la actividad del alma dirigida por la virtud; y si hay muchas virtudes dirigidas por la más alta y la más perfecta de todas. Añádase también que estas condiciones deben ser realizadas durante una vida entera y completa porque una sola golondrina no hace verano, como no lo hace un solo día hermoso y no puede decirse tampoco que un solo día de felicidad, ni aun una temporada, baste para hacer a un hombre dichoso y afortunado. 

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